Leyenda del antiguo edificio del Palacio de Justicia
El Palacio de Justicia de Almendralejo es un edificio singular que data de finales del siglo XIX. El arquitecto provincial, Ventura Vaca, es quien se encarga del proyecto y la primera intención era ubicarlo en un edificio que ejercería de prolongación de la calle de los Silos.
Según los datos del Archivo Municipal de Almendralejo recopilados por María del Mar Lozano y Moisés Bazán, la ubicación definitiva se establece aprovechando una casa de propiedad particular ubicada en el sitio del Cabezo y que se denominaba TEATRO CAJIGAL. La propiedad la adquiere el ayuntamiento, lo que permite acelerar el inicio de los trabajos, máxime cuando la obra la ejecuta el consistorio con recursos propios. El presupuesto total alcanzó la cifra de 59.991 pesetas con 92 céntimos. Corría el año de 1889.
Según los datos del Archivo Municipal de Almendralejo recopilados por María del Mar Lozano y Moisés Bazán, la ubicación definitiva se establece aprovechando una casa de propiedad particular ubicada en el sitio del Cabezo y que se denominaba TEATRO CAJIGAL. La propiedad la adquiere el ayuntamiento, lo que permite acelerar el inicio de los trabajos, máxime cuando la obra la ejecuta el consistorio con recursos propios. El presupuesto total alcanzó la cifra de 59.991 pesetas con 92 céntimos. Corría el año de 1889.
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El edifico, que recientemente ha sido objeto de una importante remodelación y cuyo uso ya no es para la judicatura, tiene una fachada principal de cincuenta y cuatro metros de largo por diecisiete de ancho. Decorando la fachada, encontramos nueve ventanas que en sus inicios eran vidrieras de hierro con cristales de colores.
Pero antes de que todo esto ocurriera, la vivienda donde se ubica el antiguo Palacio de Justicia tuvo una historia tenebrosa. Como decíamos anteriormente, era de un particular y se denominaba Teatro Cajigal. Según me han contado los viejos del lugar, habían oído decir que el terreno era propiedad de un conde y que éste se lo dejó en herencia a su criada.
El tiempo borra ciertos recuerdos, pero algunos abuelos sí se han atrevido a comentarme que se trataría del Conde de Cajigal. No sabemos a ciencia cierta si el conde y la criada tuvieron algún romance o encuentro amoroso, pero a la muerte del aristócrata, las malas lenguas del lugar dicen que vieron a la criada con un niño pequeño de la mano y que a ella no se le conocía marido alguno. La criada era una hermosa mujer de tez morena que le gustaba pasear por los alrededores, en lo que hoy conocemos como el paseo o parque de los padres y que dedicaba toda su vida al cuidado de su pequeño.
Una fría noche de enero, de esas noches de enero donde las temperaturas están bajo cero en Almendralejo, la madre del pequeño decidió hacer varios braseros de picón para calentar las estancias. En la habitación, que hoy se ubicaría en la última de las ventanas a la derecha (o sea, al lado de la Iglesia del Corazón de María) la madre acostó al niño. Pausadamente lo arropó con las sábanas y varias mantas. Tras darle un beso de buenas noches, fue al patio y acercó el brasero en la habitación del niño.
La criada, dejó tranquilo y calentito al pequeño y se fue a recoger la mesa donde antes habían cenado, se sentó brevemente y se quedó profundamente dormida. Al despertarse sacudió las migas que aún quedaban en su delantal y se fue a acostar.
Ese año las ramas de encinas usadas para elaborar el picón no habían sido de buena calidad. La lenta combustión depositó dióxido de carbono en la habitación del niño, además de monóxido de carbono que recordemos no se puede detectar y menos si estás dormido.
Al día siguiente, cuando la madre fue a despertar el pequeño, éste ya no volvió nunca de su sueño eterno.
Cuentan que, en los meses de enero, si paseas por la zona puedes ver abierta la ventana número nueve del inmueble. No es porque algunos de los trabajadores se la hayan quedado abierta, es la criada que abre la ventana a las 12 de la noche para intentar salvar la vida de su pequeño.
El tiempo borra ciertos recuerdos, pero algunos abuelos sí se han atrevido a comentarme que se trataría del Conde de Cajigal. No sabemos a ciencia cierta si el conde y la criada tuvieron algún romance o encuentro amoroso, pero a la muerte del aristócrata, las malas lenguas del lugar dicen que vieron a la criada con un niño pequeño de la mano y que a ella no se le conocía marido alguno. La criada era una hermosa mujer de tez morena que le gustaba pasear por los alrededores, en lo que hoy conocemos como el paseo o parque de los padres y que dedicaba toda su vida al cuidado de su pequeño.
Una fría noche de enero, de esas noches de enero donde las temperaturas están bajo cero en Almendralejo, la madre del pequeño decidió hacer varios braseros de picón para calentar las estancias. En la habitación, que hoy se ubicaría en la última de las ventanas a la derecha (o sea, al lado de la Iglesia del Corazón de María) la madre acostó al niño. Pausadamente lo arropó con las sábanas y varias mantas. Tras darle un beso de buenas noches, fue al patio y acercó el brasero en la habitación del niño.
La criada, dejó tranquilo y calentito al pequeño y se fue a recoger la mesa donde antes habían cenado, se sentó brevemente y se quedó profundamente dormida. Al despertarse sacudió las migas que aún quedaban en su delantal y se fue a acostar.
Ese año las ramas de encinas usadas para elaborar el picón no habían sido de buena calidad. La lenta combustión depositó dióxido de carbono en la habitación del niño, además de monóxido de carbono que recordemos no se puede detectar y menos si estás dormido.
Al día siguiente, cuando la madre fue a despertar el pequeño, éste ya no volvió nunca de su sueño eterno.
Cuentan que, en los meses de enero, si paseas por la zona puedes ver abierta la ventana número nueve del inmueble. No es porque algunos de los trabajadores se la hayan quedado abierta, es la criada que abre la ventana a las 12 de la noche para intentar salvar la vida de su pequeño.
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