Leyendas

EL SACAMANTECAS ( El hombre el Saco Segunda  Parte) o el CRIMEN DE GÁNDOR

El 28 de junio de 1910, el curandero del pueblo de Gándor (Almeria), Francisco Leona, secuestró, con la ayuda de Julio Hernández, a Bernardo González Parra, un niño de siete años. El encargo lo recibieron de Agustina Rodríguez, madre de Julio y curandera. Aprisionado en un saco, el joven fue transportado hasta el cortijo propiedad de Francisco Ortega, alias el Moruno, un agricultor adinerado y enfermo de tuberculosis que había accedido al secuestro para recobrar la salud.


 El curandero clavó una navaja en el corazón de la víctima y recogió su sangre en un vaso. Después, le extrajo las mantecas para hacer cataplasmas.


Sin embargo, como el Moruno no pagó la cantidad apalabrada, Francisco Leona acudió al juzgado para denunciar haberse topado con el cadáver en el monte. Detenido como sospechoso, no tardó en confesar e incriminar a sus compinches. 

El 10 de septiembre de 1913, el Moruno y Agustina fueron ejecutados a garrote vil. Antes, había muerto Francisco de gastroenteritis en la cárcel. Julio pasó sus últimos días entre cárceles y asilos psiquiátricos.
Esta truculenta historia originó la LEYENDA DEL HOMBRE DEL SACO o EL SACAMANTECAS , algo más que un invento que se emplea también en la actualidad para asustar a los niños por su mal comportamiento.


Por aquella época se extendió la falsa creencia de que beber sangre o aplicar la grasa de infantes sanos en forma de cataplasma era un remedio infalible contra enfermedades como la tuberculosis o la sarna. Incluso se llegó a rumorear que el propio rey Alfonso XIII combatía la tisis con la ingesta de sangre.

El vil crimen ocurrido en Gádor contribuyó a acrecentar el temor




Fuente: Lugares en la historia

EL HOMBRE DEL SACO  (Primera Parte)

Cuando éramos pequeños y hacíamos cosas malas, nuestros adultos  nos asustaban con el hombre del saco y  el sacamantecas. Lo cierto y terrorífico es que éstos individuo realmente existieron. Eran Juan Díaz y M. Blanco Romasanta.



El primero se llamaba Juan Díaz de Garayo Ruiz de Argandoña, más conocido como El Sacamantecas, nacido en San Millán provincia de Álava en el año 1821 y fallecido por garrote vil (según sentencia) en Vitoria el 11 de mayo de 1881.

Juan Díaz de Garayo Ruiz, El sacamantecas fue un asesino en serie que vivió en la Álava de la España mas profunda del siglo XIX.
Cuentan  que entre los años 1870 y 1879 asesinó y violó a seis mujeres, cuatro de ellas prostitutas, de edades comprendidas entre los 13 y los 55 años, e incluso a alguna de ellas les produjo grandes mutilaciones, ya que disfrutaba de ello. Según datos históricos,  se le imputaron también varios intentos más que no pudo llegar a consumar.

Juan Díaz Garayo, estuvo casado cuatro veces y enviudó tres, aunque al parecer no mató a ninguna de sus mujeres, o al menos es lo que cuentan. Cuestión esta que, parece ser,  no se llegó a investigar.

Fue detenido  en 1880 y condenado a muerte posteriormente , murió por garrote vil al año siguiente el 11 de mayo de 1881 en la prisión del Polvorín Viejo de Vitoria.


Por otro lado, conviene matizar,  que  el concepto de SACAMANTECAS también se acuñó en la EDAD MEDIA y ya avanzado el siglo XIX , se hizo tremendamente popular ese apodo de sacamantecas a toda aquella persona relacionada con el llamado HOMBRE DEL SACO.


 Éste era un calificativo que se usaba para asustar a los niños. Se decía que a los niños malos  los raptaba y los metía en un saco. Después  se les sacaba los untos (Es como una especie de  grasa corporal) para fabricar un aliño o ungüento que posteriormente  serviría para sanar y curar las enfermedades de la época como  la tuberculosis. De hecho, uno de los más famosos conocidos como sacamantecas fue Manuel Blanco Romasanta, a quien se le atribuyeron varios asesinatos de niños y adultos en Galicia.
Romasanta también es considerado como el único caso documentado de licantropía en la España de mediados de 1800 .


Fuentes Internet, biblioteca, archivos y otros



Los fantasmas del Hospital de Badajoz (Fuente Diario HOY- Por Israel J. Espino) Los fantasmas han existido en Extremadura desde que el mundo es mundo. Vagando entre las encinas o morando en pétreos torreones, han cambiado de nombre con los años, pero no de aspecto: larvas, lémures, espectros o almas en pena, son diferentes apellidos para aquellos seres que deambulan entre los vivos y los muertos. En Extremadura conocemos muchos fantasmas que habitan en grutas, castillos y casonas, pero hay algunos lugares, quizás menos románticos, en los que la leyenda (creíamos que urbana) no es tan antigua como para haberse desvanecido en el tiempo. En el Hospital Materno Infantil de Badajoz aún se habla en voz baja de la monja fantasma de hábito blanco a la que su muerte no le impide seguir haciendo rondas, y aún trabaja en el Hospital Perpetuo Socorro la enfermera a la que, hace más de veinte años y después de haber dado a luz, visitó una medianoche en su habitación ofreciéndole pastillas para el dolor. La enfermera le agradeció el gesto y rechazó la medicina, solo para enterarse minutos después por una compañera de que había sido visitada por el Fantasma del Materno.

Los dos hospitales se comunican entre sí, creando un enorme y monstruoso laberinto de escaleras, pasillos, puertas y recodos. Durante años muchas salas, pasillos y habitaciones se han rehabilitado, se han cerrado al público o simplemente han desaparecido. Pero es en el Perpetuo Socorro donde, desde hace años, la Dama de Negro deambula levitando por los pasillos y desaparece en recodos que no llevan a ningún sitio. Pero empecemos por el principio. Sin fuentes no hay reportaje, y si hay que plantarse enBadajoz para entrevistarse con los testigos va una y se planta en Badajoz, que después de perseguir a unaDama Blanca que más da una Dama Negra. Para jugar al ajedrez está una. El problema es que la Dama Blanca del Guadiana solo es peligrosa para los hombres que nadan, y una se queda muy tranquila sabiendo que no es David Meca. Pero la Dama Negra del Hospital… No sabemos qué quiere, pero sí que se aparece a cualquiera. Hombres o mujeres. Cirujanos o electricistas. Solos o acompañados. En pleno invierno o en los rigores del verano. La única condición que parece poner es la de aparecer en zonas cerradas al público y cuando la noche aún acecha en el exterior del hospital.

 Dos cirujanos, últimos testigos de la aparición de la Dama de Negro La primera fuente es en realidad la última, y no es una, sino dos. Son dos porque la fuente es un matrimonio, y es la última porque ellos han sido los más recientes testigos de la Dama de Negro. Ocurrió una fría mañana de noviembre de 2011, cuando el cirujano J.L.A. y su mujer, también cirujana, entran a trabajar, a las 8 en punto de la mañana, a la tercera planta del hospital y se disponen a llegar a sus despachos, situados en un ala que en ese momento se encuentra cerrada al público. Nunca han tenido problemas en adentrarse por los interminables pasillos sin luz, a esa hora tempranera en la que todavía la noche invernal no se ha convertido en día. Hasta ese momento. Delante de ellos, en el pasillo, avanza de espaldas una mujer vestida de negro hasta los pies. Lo primero que les extraña es encontrar a una persona en una zona cerrada, y lo segundo que no se trate de una compañera, pues ni la vestimenta ni la negra cabellera corresponden a ninguna de sus colegas del hospital. La mujer, “sin volverse en ningún momento” a pesar de que los pasos y la conversación de los cirujanos ha roto el silencio de los abandonados pasillos, “gira de repente a la izquierda y desaparece en un entrante del pasillo”. Extrañados, se asoman al recodo “para ver dónde ha ido la señora”, pero cuál es su sorpresa cuando descubren que allí no hay nadie. La dama de negro, simplemente, se ha esfumado. Sorprendidos, pero aún no asustados, comentan esa mañana en el quirófano el extraño comportamiento de la supuesta señora y su increíble desaparición. Ahí las enfermeras les sacan de dudas y les afirman que se han encontrado con el fantasma del Hospital, conocido por casi todo el personal, aunque solo algunos reconocen, y no siempre en público, haberse topado de bruces con él.
  La Dama de Negro se apareció hace 18 años en los sótanos del Hospital
 La segunda fuente trabaja en el mismo hospital desde hace “muchos, muchos años”. R.G.Y. se encarga del mantenimiento, y nunca le ha importado hacer guardias nocturnas en el hospital, ni siquiera, afirma, “cuando el tanatorio se encontraba aquí, en este sótano”. Cuando su hermana le cuenta lo que han visto los dos cirujanos, nuestro hombre se queda atónito. Le están contando algo que ha visto. Algo que vio, en concreto, una noche de verano hace casi 20 años. Y nuestro electricista, como el cirujano, tampoco estaba solo. Eran las 4 de la madrugada de una calurosa noche de verano de 1994,- “quizás del 95, no recuerdo bien”- cuando R., que estaba esa noche de guardia, decide dar una vuelta por las instalaciones en compañía del guardia de seguridad del hospital. Siempre es más fácil pasar la noche en compañía. Patrullan los solitarios pasillos y hablan de fútbol, de música, de la familia… Y llegan al sótano, donde actualmente se encuentran las cocinas, que en aquellos momentos estaban en obras. Si los pasillos de las plantas altas del hospital son largos los del sótano son inmensos. Interminables. Y oscuros, muy oscuros. Y por el más largo de esos pasillos avanzan nuestros testigos, hablando de sus cosas, cuando de pronto se quedan sin palabras: allá al fondo, de una de las puertas situadas a la derecha, surge una mujer vestida de negro que permanece inmóvil, en medio del pasillo, mientras los observa. La conversación cesa de repente, y la sorpresa da paso al asombro cuando intentan asimilar que es lo que hace una mujer en los sótanos de un hospital en obras a las 4 de la mañana, y sobre todo, qué hace en una calurosa noche de verano envuelta en un abrigo negro hasta los pies. Pero antes de que puedan hacerse en voz alta estas preguntas, la misteriosa mujer comienza a avanzar hacia ellos deslizándose, “sin flexionar las piernas, como si flotase, porque no se movía como una persona normal”. Cuando ha recorrido algunos metros avanzando hacia ellos por los pasillos desiertos del sótano, la dama de negro gira y se introduce en un pequeño recodo del pasillo que queda a su derecha. Tras los primeros segundos de estupefacción el guardia de seguridad, cumpliendo con su cometido, comienza a llamar a la señora, pero ésta ya ha desaparecido en un recoveco sin salida. Los dos trabajadores del hospital corren tras ella y se internan en el recodo. Nada. La Dama de Negro ha desaparecido. Y nuestro testigo calla durante casi 20 años, hasta que hace unos meses se entera de que dos cirujanos acaban de verla. Y ninguno de los cuatro testigos “creía en estas cosas”. Y ninguno de los cuatro “había oído hablar del fantasma”. Y ninguno de los cuatro quiere hablar a cámara. No quieren notoriedad. No quieren ni siquiera que aparezcan sus nombres ni sus fotos. Pero la gente habla. Y hablan las enfermeras de la cuarta planta, que fueron testigos de cómo llamaban a la centralita teléfonos de un ala del hospital que se encontraba cerrada… y sin teléfonos. Y aunque los fantasmas del Perpetuo Socorro-Materno Infantil no parecen querer nada de los vivos, no está de más recordar lo que ya afirmaba en 1902 Publio Hurtado, que Fantasmas y apariciones huían con oraciones. Así que ya sabe, si por esos pasillos de Dios se encuentra usted con un fantasma “hospitalario” rece lo que sepa, que los hipocondríacos, para pasar miedo en un hospital, no necesitamos ni a Damas Negras ni a Monjas Blancas. Nos basta y nos sobra con una analítica.



María "la Viuda". Alcuescar (Cáceres)


En una de las cercanas sierras a Alcuescar vivía un misterioso personaje. Vestía con andrajos y portaba una espesa y larga barba que apenas cuidaba. Por las tardes podían escucharse sus lamentos y si algún campesino pasaba cerca y escuchaba aquellos suspiros, aligeraba el paso encerrándose acobardado en casa. Todos pensaban que eran almas en pena que vagaban pidiendo misericordia.
El ermitaño pasaba la vida entre penitencias y oraciones, y las gentes sencillas de la comarca afirmaban que hablaba con Dios. De esta manera, fue adquiriendo con el tiempo una fama de hombre santo que se extendió por todas partes aunque, curiosamente, su mayor preocupación era su salvación. En una de sus conversaciones con Dios, el ermitaño le preguntó por el destino de su alma, a lo que el Padre le contestó que el suyo enlazaba con el de una mujer de una ciudad cercana, presumiblemente Cáceres, a la que todos conocían como María la Viuda. El santo se trasladó a dicha ciudad, dirigiéndose a casa de un respetado clérigo amigo suyo, con la esperanza de que conociera a aquella mujer. El sacerdote se extraño de su intenciones y le dijo:


“No te acerques a ella. Es un alma perdida, famosa por las deshonestaciones que ha cometido”

Confuso, y sumergido en una maraña de incertidumbres, el ermitaño le contó al amigo su charla con Dios y el extraño mensaje que este le diera. De ahí la necesidad de conocer a la mujer a pesar de todo.

Días más tarde fue a casa de la viuda y la rogó que le permitiese quedarse un día, a lo que accedió la mujer que conocía las virtudes del santo. Aún así le preguntó:

“¿Por qué habéis escogido la casa de una pecadora cuando bien pudiera haberlo hecho en un palacio?”.


Y él la contestó que así lo quería Dios. Al día siguiente la viuda le confesó:

“Tengo que hablaros. Dios os ha enviado para desahogar mi conciencia. Venid conmigo que os presentaré a alguien a quien persigue la justicia. Hace 20 años que lo escondo en mi casa. El mató a mi único hijo”.

La mujer se percató del desasosiego de su confesor y prosiguió:

“Los dos fueron amigos cuando jóvenes. Un día riñeron y mi hijo murió de una puñalada.. El asesino vino a mi casa perseguido por la justicia, compadeciéndome de su desgracia ya que no podía remediar la mía. Estoy ofreciendo este sacrificio al Señor cada día para que perdone mis muchos pecados.”

El ermitaño se quedó mudo durante un rato, al término del cual alabó la actitud de la mujer y su fuerte voluntad para pagar por los errores cometidos, reconociendo que sus penitencias en lo alto de la serranía eran cosa insignificante comparadas con el terrible dolor que renovaba diariamente desde hacía tanto tiempo.




Mario "el Espino". Alburquerque, Badajoz



Mario “el Espino” siempre caminaba solo por los campos de Alburquerque. El apodo le venía porque un antepasado suyo cayó cierto día en una chumbera y se pasó la vida quejándose de las púas que le habían quedado clavadas en los lugares más ocultos de su cuerpo. Mario estaba considerado como deficiente mentalaunque, posiblemente, su único retraso fuera su profundo analfabetismo.

Pero un buen día conoció a Carmen, muchacha que empezó a acompañarle en sus paseos. Acudían cada tarde a una alberca para sentarse junto al petril de un pozo al que Mario siempre procuraba acercarse con precaución ya que en su niñez pudo morir ahogado y temía, desde entonces, acercarse al agua. Solo se besaron una vez, pero aquella relación pronto despertó no solo los recelos de Blas, padre de la joven, sino los prejuicios de todos sus paisanos, prohibiendo a su hija que se viera con Mario. Pero Carmen siguió citándose con él, por lo que su padre la envió a Madrid, a casa de unos familiares, en la idea de que el tiempo y la distancia borrarían ese loco amor.
Pero Blas fracasaría. Meses después su hija continuaba suplicándole que la permitiera volver y reiniciar su relación con Mario, lo que aún encendía más su ira y su odio. Oscuros pensamientos inundaban su mente.

En el día de la Romería, ocasión en la que todo el pueblo se hallaba fuera, planeó esperar a Mario en la alberca donde meses atrás se veía con su hija. El muchacho no le vio hasta encontrarse a pocos metros de él y, agachando la cabeza sin decir nada, se sentó al borde del profundo pozo. Blas, con rostro hierático, se dirigió a él y, tras mascullar algo ininteligible, le propinó un fuerte empujón que le hizo caer al agua. Mario, aterrado, logró agarrarse a un saliente. En ese momento, el viento elevó por encima de la cabeza de Blas unos cardos secos. El joven exclamó antes de hundirse: “¡ Ese cardo será el testigo de mi muerte!”. Nadie en Alburquerque dudó del suicidio de Mario.
Pronto se dio a la bebida aunque no sería hasta pasados unos años cuando, presa del remordimiento, decidió contárselo todo a Carmen la cual no volvería a verle jamás.


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