El acomodador del cine Espronceda
Era un martes cualquiera en Almendralejo, un pueblo tranquilo donde las sombras de la tarde caían lentamente sobre las calles empedradas. La brisa fresca de la noche acariciaba los árboles del parque del Espolón y el Cine Espronceda, que por esas fechas aún conservaba el encanto de antaño: la fachada iluminada con luces tenues, el olor a palomitas de maíz en el aire, y las risas de los niños y adultos que acudían a disfrutar de la película del día. A las 9 de la noche, la sesión comenzaba puntualmente, como siempre. Los pocos asistentes se reunían en la entrada del cine, donde una figura conocida por todos se mantenía firme y vigilante: Isidoro, el acomodador. Con su uniforme de chaqueta negra y su gorra, Isidoro se encargaba de que todo estuviera en orden. Su mirada severa, a menudo fría y distante, nunca pasaba desapercibida. Era un hombre que no toleraba las travesuras, y menos aún las travesuras de los chicos que, como cada martes, se colaban a escondidas para ver alguna pelíc...