El pozo de las Cadenas (segunda parte)
Almendralejo, donde el misterio de los pozos parece estar tejido en la misma esencia de la tierra, no es raro que las historias y leyendas perduren en el tiempo. He hablado en más de una ocasión de esos pozos, desde el Pozo Airón hasta el Pozo del Camino Viejo, y claro, no podía faltar el Pozo de las Cadenas, cuyo aire sombrío y su historia siempre han alimentado las habladurías del pueblo. Hoy, quiero compartir una historia que, aunque reciente, sigue dejando una huella imborrable en la memoria de quienes la recuerdan: la historia de María y lo que ocurrió aquel fatídico lunes, 7 de marzo de 1960.
Era una mañana como cualquier otra, pero para María no lo sería. Aquel día se dirigía a su trabajo en una de las cooperativas de aceitunas que, como tantas otras, daban vida a la economía local. María, con su paso firme y su mirada decidida, no sabía que la rutina de aquel lunes se vería alterada para siempre. Al llegar a la cooperativa, la puerta principal la recibió con una escena inusual: su jefe conversaba con un hombre alto, de cabello engominado y una media barba que le confería un aire de misterio. A simple vista, parecía un desconocido, pero algo en su interior le indicó que aquel hombre no era un extraño.
Con el corazón latiendo más rápido, María se acercó, y al mirar más de cerca, su sorpresa fue mayúscula. Pedro, un viejo amigo de su juventud, estaba allí, ante ella, como si el tiempo no hubiera pasado. Pedro, con su presencia imponente y su sonrisa algo traviesa, parecía haber regresado de la nada, como un espectro del pasado. Los recuerdos de su juventud, aquellos días llenos de risas y promesas, afloraron en el corazón de María, quien, en un impulso, se acercó para saludarle.
El reencuentro fue eléctrico. Una chispa que nunca se había apagado se encendió de nuevo entre ellos. Las palabras fueron innecesarias; sus miradas lo decían todo. Aquella conexión, que había permanecido dormida durante años, despertó con fuerza, como si el destino hubiera decidido reunirlos nuevamente.
Al terminar la jornada, el encuentro continuó. María y Pedro se dirigieron a un pequeño bar cercano a la fábrica, como si de un refugio secreto se tratara. El ambiente estaba cargado de una tensión suave, pero palpable. Se sentaron, y mientras el café humeaba sobre la mesa, sus conversaciones comenzaron a fluir sin esfuerzo. Las palabras se desvanecieron cuando sus miradas se entrelazaron, y en ese instante, la pasión que ambos habían reprimido durante años estalló. Los besos, las caricias, los suspiros fueron casi instintivos, como si el tiempo no hubiera pasado. Se abandonaron al deseo, dejando que la emoción los arrastrara.
Pero lo que María no sabía era que, mientras ella compartía este momento con Pedro, su marido, Eulogio, también tenía sus propios planes. Eulogio había terminado su jornada de trabajo en una empresa de construcción, y al enterarse por casualidad de que su esposa estaba en el bar de al lado, decidió ir a recogerla. Lo que nunca imaginó es que encontraría a su esposa en los brazos de otro hombre.
Desde lejos, vio la escena. María y Pedro, envueltos en un abrazo apasionado, como si el mundo no existiera. La rabia se apoderó de él. Sin pensarlo, entró en el bar y, con una furia cegadora, se dirigió hacia Pedro. Sin mediar palabra, Eulogio sacó una navaja y le asestó dos puñaladas: una en el bajo vientre, otra en el corazón. La segunda fue fatal. Pedro cayó al suelo, su vida desangrándose, mientras la gente en el bar se quedaba paralizada, sin saber cómo reaccionar.
María, horrorizada por la escena que acababa de presenciar, salió corriendo, incapaz de pensar en nada más que en escapar. La furia de su marido la perseguía. Eulogio la siguió, cegado por los celos y la rabia, hasta que, en una última y desesperada carrera, María logró despistarlo.
Al llegar al paraje donde se ubica el Pozo de las Cadenas, María se quedó fijamente mirando el brocal del pozo. El aire parecía aún más pesado allí, como si el pozo mismo respirara con una fuerza misteriosa El agua reflejaba el cielo, y en sus profundidades parecía ocultar una salida a su tormento. Se acercó lentamente y, sin pensárselo dos veces, se arrojó al fondo del mismo. El eco de su caída resonó en la quietud del lugar, como un lamento que nadie más escucharía.
La tragedia se consumó. Mientras María encontraba su final en las profundidades del pozo, otro destino se gestaba en el mismo pueblo. La fecha es inolvidable para una amiga mía. Me indicó que era el 7 de marzo de 1960, su hermana había nacido. En un irónico y sombrío juego del destino, mientras una vida se apagaba en el Pozo de las Cadenas, otra vida venía al mundo.
Así, como tantas veces en la historia de la humanidad, se cumplió el saldo vegetativo: un alma negra por un alma blanca, una vida arrebatada por la desesperación, y una nueva vida naciendo, limpia y pura. Ese fue el último suicidio acaecido en el Pozo de las Cadenas. Tras este suceso las autoridades cegaron el brocal del pozo. Un pozo, que como siempre, guardó su secreto, mientras las aguas de la tragedia y la esperanza se mezclaban en las profundidades.
Versión de Fernando Sierra ( Gracias por tú aportación Anamari)
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