¿ENTERRADO VIVO?


Era una de esas noches como tantas otras. Me disponía  a dejarme caer en los brazos de Morfeo. La noche era deliciosamente calurosa, con una ligera brizna de viento  y de fondo se escuchaba el canto de los grillos. Con ellos me quede profundamente dormido.

Soñé muchas cosas, pero la que más me impactó fue cuando sentí que me encerraban en un ataúd. Era horrible ver cómo tus seres queridos lloraban tu ausencia y no poder hacer nada, no podía hablar ni podía moverme. Mi cuerpo inmóvil sentía con angustia y  terror todo lo que ocurría alrededor.

Por la tarde me enterraron y todo quedó en el  más absoluto de los  silencios.

Cada dos o tres días escuchaba los llantos de mi esposa y de mis hijas. A veces me contaban historias que no llegaba a escuchar bien por el ancho de la lápida. Pero el dolor me inundaba el alma por no poder responder a los clamores de mi angustiada  familia.

Pasados los días escucho ilusionado,  que el enterrador rompe la lápida para acceder al nicho donde yo me encuentro. Ya fuera, veo a mis hijas pero están mayores, a su lado  sus maridos y unos retoños que se parecen mucho a mí, son mis nietos.

 La siguiente sorpresa es ver que no me sacan a mí, sino que depositan otro cuerpo a mi lado. Veo que es mi esposa, pero ya irreconocible. Sus arrugas indican que pasa de los 80 años, su pelo no es el que yo recordaba, ahora es canoso y unas gafas decoran sus cerrados ojos.

Volvieron  a meter de nuevo el ataúd en el nicho. Es entonces cuando comprendo que aquella noche de verano, lo último que viví de verdad fue el canto de los grillos y que nunca volví a despertarme. Mi sueño no fue un sueño, era real había dejado este mundo. Y los días se habían convertido en décadas. Y ahora mi esposa descansaba a mi lado para la eternidad. 



Fdo: Fernando Sierra Elías

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