De cómo viví mi propia muerte

Esta mañana, puntual a la cita, ha sonado un día más el despertador de mi teléfono móvil. Al despertarme y tras levantare de la cama he sentido una impresión diferente a la de otros días. Es similar a esa sensación que uno nota como cuando has soñado algo desagradable pero no recuerdas qué es y al final te quedas con esa mala sensación en el fondo del alma, durante todo el día . Intenté recordar alguna de las pesadillas, pero no tuve éxito.

Al levantarme de la cama he sentido vértigos, algo así como si mi lugar de descanso no se separara de mi piel. ¿Raro, Verdad?, mi esposa se había levantado con anterioridad, quiero recordar que esa mañana tenia cita con su doctor de familia en el centro de salud.

Con cierta parsimonia y con una rara impresión, he encaminado mis pasos hacia el cuarto de baño, me he aseado y al mirar el espejo el reflejo del mismo plasmaba una edad que me hacía sentir mas viejo. En fin, nada nuevo, ya que cada vez que me miro al espejo me veo un poco mas viejo que el día anterior. Como siempre digo ¡Cosas de la edad!.

He dejado el coche en casa, y me he ido dando un tranquilo y relajante paseo hasta el trabajo. Las calles estaban más lúgubres que de costumbre, aun que, bien es cierto, que esa es una percepción que noto cada vez que llega mi odiado otoño.

Al llegar al trabajo las llaves no entraban en la cerradura y, de forma extraña, la calle se cerraba sobre mí como si me quisiera atrapar. Eso me hizo inquietarme y rápidamente lo achaqué a los vértigos matutinos que sentí al despertarme. No hay que preocuparse, me dije, como si me quisiera reñir a mí mismo, e intenté relajarme inmediatamente después. 

Decidí esperar a los compañeros de trabajo para que ellos me abrieran, así que encaminé mis pasos hacia el bar de la esquina para tomar un café. Manolo, como ya me conoce, no hace falta que le diga que café me apetece. Pero si observé que esta mañana no me dijo nada y que, además, no me ponía mi habitual americano con azúcar. Intuí que estaba enfrascado en sus cosas. 


En el bar estábamos los de siempre, el inspector que se detuvo a sí mismo, el estilista capilar, los repartidores de ilusiones... Sobre el mostrador se encontraba - como todos los días - la prensa de la mañana. En esta ocasión abierta por la sección de esquelas. Escuché cómo unos clientes hablaban sobre el nombre que aparecía en la misma, que al parecer era un cliente habitual de bar. Como nos conocíamos casi todos los de la primera hora de la mañana pregunté , mas no obtuve respuesta. Me acerqué personalmente a ver las esquelas y lo que vi fue mi propio nombre. Con una esquela que decía: “Tus Familiares, Amigos, y compañeros no te olvidaremos”

Asustado grité, pero nadie me escuchaba. Intenté tocar a los clientes para decirles que yo estaba allí, que la esquela era falsa y que seria un error de la prensa, pero nadie me hizo caso. 

Una extraña sensación me invitaba a encaminar mis pasos hacia el tanatorio – como si algo o alguien me dijera que allí estaba la explicación-. Al llegar, en la sala dos estaba toda mi familia y un libro de visitas invitaba a los asistentes a dejar su firmar de forma testimonial para recordar lo que fui.

Entre en la sala y tras el cristal vi un ataúd. Varias coronas decoraban el féretro y se podían leer varios mensajes de amistad en sus cintas de raso. Me asomé y en su interior estaba mi cuerpo, difunto, frío e inerte. 

Mire con cierta añoranza, nostalgia y cariño a toda mi familia. Besé a cada uno de ellos y atravesé el cristal como un ser etéreo, tenue y ligero... me acosté en el féretro y espere lo inevitable.

Creo que hoy no volverá a sonar el despertador de la mañana.

Dicen que cuando uno muere, su alma intenta mantener la rutina de todos los días, hasta que uno mismo se da cuenta de que ya no forma parte de este mundo. Hoy me he dado cuenta que esa teoría es cierta. Qué pena que no lo pueda demostrar ¿O sí?


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Fdo: Fernando Sierra Elías

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