jueves, 15 de marzo de 2018

La casa embrujada de Almendralejo (Segunda Parte)


Cada vez que se aproxima la primavera me gusta pasear por la calle donde en el año 1989 estaba la casa de mi amiga Luz. Una casa que, igual que ella, desapareció sin más y me abandonó para siempre. Yo la denominé en su momento la casa enbrujada de Almendralejo. Por que solo yo sé lo que viví en ella y lo que sentí por ella.

A veces la vida te trata de una forma que ni tú mismo llegas a entender. Ayer fue uno de esos días que marcan un antes y un después en tu existencia. En definitiva fue EL DÍA

No me pregunten porqué, pero ayer por la mañana me he encontrado de nuevo con LUZ. Creí que era un sueño (ver La casa embrujada de Almendralejo). Al principio dudaba si era ella o no. Luz fue un amor que tuve en los años 80 y que por razones que aún desconozco, un día desapareció sin más sin dejar rastro y llevándose con ella la casa encantada, mis recuerdos y un pedacito de mi corazón.

Aún con la sorpresa en la cara y los nervios en el estómago, decidí acercarme y preguntarle si realmente era ella. Vestía pantalón vaquero ajustado, una camisa beige transparente que dejaba asomar la voluptuosidad de sus pechos y una belleza espectacular de la que no dejaba indiferente a nadie. Era ella. Igual que a mí, solo las arrugas de la piel indicaban el paso el tiempo.

Al preguntarle solo me esbozó una dulce sonrisa y con el dedo índice me tapó la boca suavemente. Después me besó con cariño y añadió: “tenemos que recuperar el tiempo perdido, amor. Y no te preocupes, esta noche te contaré toda la verdad.”

Disfrutamos del día, paseamos, jugamos como niños, nos besamos con la fogosidad de dos adolescentes y volvimos a la casa donde la vi por última vez. Entramos y extrañamente raro, todo estaba igual, todo estaba como yo lo recordaba a finales de los años 80. Pasamos a la habitación del fondo. Nos miramos fijamente y ambos (despacio y sin prisa) nos fuimos quitando la ropa. Sobre la cama, su cuerpo y el mío. Sobre las sábanas, la pasión contenida de tantos años. Entre nosotros, la llama de la pasión que después de tanto tiempo no había desaparecido. Nos besamos, nos abrazamos... hasta que el éxtasis se apoderó de nosotros.

Al caer la noche mi curiosidad salió de nuevo y las preguntas salían a borbotones de mi boca. ¿Por qué te fuiste? ¿Dónde estaba la casa? ¿por qué no te despediste?... Luz me volvió a sonreír, me relajó con unas lindas caricias y me pidió que saliéramos a pasear.

Tras un largo recorrido, llegamos a las afueras, al polígono industrial de la ciudad y más concretamente a la puerta del tanatorio municipal. Me pidió que la acompañara. Con cierta extrañeza accedí. Una vez dentro me dio la mano, me la apretó con fuerza, me dijo: “relájate” y me pidió que mirara a través de la ventana donde se encuentran los difuntos que son velados por la familia. Al asomarme, horrorizado vi que era yo el que estaba allí. Había abandonado este mundo y no lo sabía. Luz había venido a ser mi enlace de esta vida con el más allá.

Cuentan que cuando mueres, una persona cercana a ti se te vuelve a aparecer y es la que te ayuda a dar el paso del mundo de los vivos al mundo de los muertos. 
 Fdo: Fernando Sierra Elías
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